Calvario
En un monte, llamado Calvario, se alzaba una cruz,
Con un Hombre sobre ella, que lo dio todo.
El peso del mundo, sobre Sus mansos hombros,
Un amor en Su corazón, para todos los espectadores.
Desnudo ante Sus brutales enemigos,
Una corona de espinas se clavó en Su cabeza,
Con clavos traspasados a través de manos y pies,
Él fue levantado sobre esa cruz en agonía rebosante.
Colgado del madero, mostró Su amor,
Los burladores se burlaron y exigieron el mismo,
Ridiculizado por el odio y despreciado por muchos,
Sin embargo, firme e inquebrantable permaneció Su amor en abundancia
Los soldados echaron suertes y separaron Sus ropas,
Como el dolor y el amor tan tensos, Su voz se elevó,
"Padre, perdónalos, no saben lo que hacen",
Perdón sin límites, querido amor tan verdadero.
En la oscuridad sobre la tierra, Jesús clamó en voz alta:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
El Espíritu Santo y el Padre se apartaron, horrorizados,
Mientras Jesús cargaba con el peso del pecado y sufría la ira de Dios.
La imposición del pecado sobre Él pasó factura.
Agotado en agonía, Jesús gritó: "Tengo sed", reveló
Su deidad, para que todos supieran, Anhelando
Que nuestras almas sean salvas y sanadas.
Su sed hizo eco que solo Él puede saciar,
Los anhelos más profundos de nuestra alma rota,
Un amor sin fin, para que nos atrincheremos,
En su abrazo, nuestros corazones se aprietan para siempre.
Cristo, santo Redentor, dio su vida por todos nosotros,
Al final de su obra, declaró su última llamada.
“Consumado es”, exclamó con todas sus fuerzas,
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, en su última mirada.
Luego, inclinando la cabeza, entregó su vida,
Un sacrificio voluntario para poner fin a nuestra lucha pecaminosa.
En ese momento, su propósito fue claro,
Llevar nuestros pecados y acercarnos a la redención.
El Calvario no es el final, en esa cruz áspera,
Porque la muerte no pudo detenerlo en su pérdida,
Tres días después, Él se levantó triunfalmente,
Conquistando la maldición del pecado, y rompiendo las garras de la muerte.
Porque Cristo ha ganado la batalla final,
Y en Su resurrección, encontramos nuestro poder,
La muerte y el pecado han perdido su aguijón,
Y en Cristo tenemos el anillo de la victoria.
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En un monte, llamado Calvario, se alzaba una cruz,
Con un Hombre sobre ella, que lo dio todo.
El peso del mundo, sobre Sus mansos hombros,
Un amor en Su corazón, para todos los espectadores.
Desnudo ante Sus brutales enemigos,
Una corona de espinas se clavó en Su cabeza,
Con clavos traspasados a través de manos y pies,
Él fue levantado sobre esa cruz en agonía rebosante.
Colgado del madero, mostró Su amor,
Los burladores se burlaron y exigieron el mismo,
Ridiculizado por el odio y despreciado por muchos,
Sin embargo, firme e inquebrantable permaneció Su amor en abundancia
Los soldados echaron suertes y separaron Sus ropas,
Como el dolor y el amor tan tensos, Su voz se elevó,
"Padre, perdónalos, no saben lo que hacen",
Perdón sin límites, querido amor tan verdadero.
En la oscuridad sobre la tierra, Jesús clamó en voz alta:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
El Espíritu Santo y el Padre se apartaron, horrorizados,
Mientras Jesús cargaba con el peso del pecado y sufría la ira de Dios.
La imposición del pecado sobre Él pasó factura.
Agotado en agonía, Jesús gritó: "Tengo sed", reveló
Su deidad, para que todos supieran, Anhelando
Que nuestras almas sean salvas y sanadas.
Su sed hizo eco que solo Él puede saciar,
Los anhelos más profundos de nuestra alma rota,
Un amor sin fin, para que nos atrincheremos,
En su abrazo, nuestros corazones se aprietan para siempre.
Cristo, santo Redentor, dio su vida por todos nosotros,
Al final de su obra, declaró su última llamada.
“Consumado es”, exclamó con todas sus fuerzas,
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, en su última mirada.
Luego, inclinando la cabeza, entregó su vida,
Un sacrificio voluntario para poner fin a nuestra lucha pecaminosa.
En ese momento, su propósito fue claro,
Llevar nuestros pecados y acercarnos a la redención.
El Calvario no es el final, en esa cruz áspera,
Porque la muerte no pudo detenerlo en su pérdida,
Tres días después, Él se levantó triunfalmente,
Conquistando la maldición del pecado, y rompiendo las garras de la muerte.
Porque Cristo ha ganado la batalla final,
Y en Su resurrección, encontramos nuestro poder,
La muerte y el pecado han perdido su aguijón,
Y en Cristo tenemos el anillo de la victoria.
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